lunes, 19 de abril de 2010

Insomnia.

Cuando me planté al ajedrez el diablo se río de mí. Le propuse quedar en tablas y desde entonces me despierto rodeada de todos mis peones muertos. En la almohada, mi rey destronado me hace una mueca de desaprobación. Cuando vuelvo a la consciencia no hago más que oler las tazas vacías que dejaste por casa, buscando mensajes ocultos en tus posos del té y caigo en lo absurdo de nuevo. Las paredes sudan recuerdos que jamás existieron y mis ojos en blanco buscan restos de ti en mi carcasa vacía. Enciendo un cigarrillo y en un pispas ya llevo mi tercera taza de té. Me tiemblan las manos. Ahí viene de nuevo. ¡Corre! Ya es tarde. Estas pisando el cielo y se te cae el suelo encima. No quiero. Siéntate conmigo y rompamos algunos papeles. Luego sonríeme y escríbeme algo nuevo. Bailamos algún vals con las yemas de los dedos. Reímos. Despierto. Más tabaco y agua salada. ¡Cuántos vasos rotos…! Desordenemos todo esto, y de paso te mezclas con mis cosas nuevas, viejas, prestadas y azules, y con un poco de suerte te encuentre por aquí cuando haga limpieza general. El sol entra por las ventanas y tú te escapas por las pequeñas rendijas de las mismas. Ahora eres humo. Te inhalo con fruición y trato de guardarte en mi interior…me estas matando. Los días pasan más reales de lo que me gustaría y me refugio en la esperanza de que queda menos para que salga la luna. Cuando menos me lo espero allí está, sonriendo burlonamente y un poco amarilla tal y como habíamos acordado. De pronto huelo a ti, y caigo en un éxtasis propio de Santa Teresa, pero sin querubín ni flechas doradas que me atraviesen el corazón. A mi me atraviesan el estómago todas las palabras que jamás me dijiste y que seguramente escribiste a alguna otra. Termino vomitando tu propia tinta, y la uso de pintura de guerra. Esta noche tapiaré todas las ventanas; no dejaré ninguna rendija; crearé mi propia noche eterna y no podrás escapar. ¡Ya estás aquí! Me disculpo por recibirte con estas pintas; te pinto la cara con mi propia sangre ‘’ ¿Ves? Ahora somos iguales, ya puedes sonreír. ’’ Pero no lo haces. Me coges la mano; se me dispara el corazón. Pones algo en la palma de mi mano y cierras mi puño, sonríes... Y te vas, escurriéndote entre las baldosas de mi suelo. Gracias por la reina; a partir de ahora mi rey despertará de mejor humor.

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